jueves, 7 de enero de 2010

TANGOS PARA UNA MUERTE DULCE




Parecía Berlín pero era Carabanchel, casi a los pies del canódromo, un puñado locos se habían atrevido a descentralizar la cultura desafiando a la bien conocida manía del madrileño de transitar su ocio en no mas de doscientas calles. La afluencia era aun un misterio aquella noche, pero el caso es que ahí estábamos, como no, para variar, peleando a conrtratiempo para tener todo listo a la hora de dar comienzo el recital. El ajuar escénico se había incrementado, dando como resultado una propuesta más que defendible. La cosa iba así:


- Bombona de butano

- Sillón orejero de sky rojo

- Dos sillas también de sky rojo

- El pickup & sus vinilos

- Televisión vieja & video

- Dos mesitas

- Dos tapetes

- Un cable de luces

- 48 claveles

- 100 flyers


El motivo de aquella noche giraba en torno a la intoxicación. Habíamos previsto un suicidio colectivo al 2 x 4 y parece que al final la plebe se convenció de que era lo más propicio para aquella noche del 11 de Diciembre. Total, no creo que hubiera un acto más bastardo para conmemorar los ciento un años del nacimiento del zorzal y eso que Madrid no es una plaza fácil.


Las caras conocidas y las que no empezaron a aglutinarse en aquel garaje, reconvertido por esta vez en una suerte de catacumba anacrónica. Mientras la masa era aducida a base imágenes fílmicas de al menos 100 años de antigüedad y latas de la mejor cerveza nacional, en los camerinos, la banda y sus secuaces, daban por concluidos los matices finales y brindaban espléndidos con culos de ron, siendo inmortalizado aquel momento en una fotografía que ya forma parte de la hemeroteca de adictos a lo viejo. Todo estaba a punto, por fin había llegado el momento - ¿Quién tiene el detonador? - preguntó el más joven y rubio de los tres.


Llegué como pude al escenario esquivando a los fanáticos que se empeñaban en celebrar de antemano la muerte del primero de la tarde, apagué el pick-up y se hizo el silencio. Como una tribu de armarios viejos, los músicos tomaron posiciones, expusieron su intención de inmolarse allí mismo y a coro con el primer acorde, pudo oírse levemente un hilo de gas silbando cuando el cantor abrió la llave de la bombona butano. - Si la muerte va por tango, que me sepa dulce el fango -, exclamó un espontáneo, y los claveles se hicieron sangre en el moño de las damas...




Valses, chotis, milongas, más tango y archiperres varios; ahí estaba la banda, enrareciendo el aire con cada variedad, guiñando al rock, pidiendo al chiste, actuando a destajo, sudando el contrapunto, afilando el lloro, llevando la liebre al cazo y envenenando el público. Cerraron a la italiana y tuvieron que hacer bis. Algunos de los reunidos, ciegos ya como corcheas, arrojamos nuestros claveles como se arroja un hueso a un perro para que siga royendo con gusto.


Creo que fueron pocos los que pidieron esa noche volver a renacer, se estaba tan a bien en ese nicho mistongo... Pero la hora se impuso y hasta los muertos tienen que guardar silencio por puro civismo. Aun así, quede aquí patente, que no bien pase este siglo, iremos Carlos a cantarte todos a una hasta Chacarita.




Gracias de nuevo a todos. Gracias por tan buena Faena.